“Hace rato que no te veía…eh…estás…”, y veo esa miradita de “te portaste mal muchachita, tienes que venir limpiecita”, pero al mismo tiempo muy dentro de ti —y ni tan adentro— eres un puerco. Además, yo no estoy sucia.
¿Y sabes? soy vaga, o es algo más que esto. No, en realidad soy vaga. También soy buena justificándome y te voy a decir algo: Me gustan los pelos. No los pelos sin cráneo que andan dando vueltas y se van encontrando en los rincones para hacerse un nidito de hilos y polvo, o esos otros que hacen un filtro en las cañerías del baño. Esos son los peores.
Me gustan los pelos del cuerpo, los que puedes halar y acariciar. Me gusta jugar con ellos mientras estoy desnuda antes de dormir. Pero esto es algo que descubrí hace no mucho porque, aunque soy vaga, desde que mi padre me dijo que me afeitara, afeitarse fue una rutina.
***
Yo estaba en una de las pocas aventuras que recuerdo con mi padre. Asechábamos una gaviota en playa El Pilar, una de las siete más hermosas del mundo y de los lugares más vírgenes de Cuba. La arena te hace cerrar los ojos hasta que te duelen de tanta luz, casi todo está en estado salvaje. Estamos mirando las gaviotas y nos arrastramos uno al lado del otro con los brazos y los codos. Después del avistamiento nos levantamos y descubro que toda la arena del camino hacia las gaviotas estaba acomodada entre mi nueva mata de pelos y el bikini. Entonces, sin darme tiempo de regresar al mar para descargar lo dragado, por primera vez un hombre me dijo que me afeitara.
***
“No insistas, no dejaré a nadie que esté con una cuchilla tan cerca de mi toto”. “Di bollo”. “¡Está bien, está bien! De mi bollo —me río y cuando digo bollo mi boca da como un besito en el aire—. Te dejo, pero ten cuidado”. Recuerdo en este momento la escena de Las edades de Lulú donde contrariamente a nuestro cuerpo afeitan a Lulú como esa especie de ritual de iniciación al mundo adulto. No tengo ningún problema con eso, el problema es mi sudor y las pequeñas “agujas” que van saliendo al día siguiente de pasarme la cuchilla. El problema lo vas a tener tú, yo solo digo, me guiño el ojo a mi misma. Me estoy superando, sigue así.
Pero la cosa es que siento más, cuando aún no te has acercado lo suficiente para sentir tu calor ya noto la presencia de tu mano o tu cara, con esos pelos de barba que se enredan con los míos. Me mantengo más húmeda, salada, y de decirme salvaje ya me siento en la selva y virgen, no ese tipo de virgen. Corro entre los matorrales, me escondo, te asecho, me acerco.
¿Ves que me distraigo? La cuestión es que ya no tengo pena, nunca he tenido mucha de desnudarme, pero sí de hacer lo que me da la gana, he tenido pena de que no te guste, sobre todo eso. Me vuelvo inconsciente a tus palabras y si me muerdes te muerdo. Y si me pides te muerdo porque yo no hablo: aúllo, grito, gimo. Porque huelo así y me veo así. Soy vaga, hermosa y caníbal, debes saberlo.
Sin darme tiempo de regresar al mar para descargar lo dragado, por primera vez un hombre me dijo que me afeitara
Pero esto es algo que descubrí hace no mucho, estaba amando a uno así, casi que del mismo hábitat que el mío, solo que más frío. Andaba solo y en una de sus migraciones visitó mi tierra, fíjense no me gustan los eufemismos, pero los pelos esconden piel, aunque si quieres te digo que me revolqué con él. Sentí sus pendejos en mi clítoris y me salió una cascada.
Concéntrate, estamos en un porno de los 70, cuando las escenas de placer femenino eran comunes. Colémonos en Garganta profunda, feministas fuera, estoy con mi hombre en la cama. Mira todos esos pelos desordenados sin susto, casi a punto de burlarse de nosotros. Todas esas cosas rondando en mi cabeza y dices tú “¿por qué no te los dejas largos?”.
Entonces señores míos, señoras mías, muchachos y muchachitas que no pueden ni decir «bollo»: ¡he ganado! Grita mi vagancia con las piernas abiertas echándose fresco.
Un comentario
Muy buen artículo